¿CORRIENDO A LO BARROCO?

¿Cómo (o por qué) corrían los runners del siglo XVIII?

Mucho antes de que se organizase el primer campeonato, siquiera mucho antes del primer maratón, ya había tipos míticos que arrastraban masas en ciudades. Se apostaba, se corría y se caminaba sin medida. Era la primera versión del rollo runner.

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Boda de Luis XIV ¿Cuántos runners habría? | Agencias

No eran años como para pensar en corredores por ocio. Carlos III andaba intentando ilustrar el país. Los Estados Unidos estaban recién formados y apenas era una comunidad de ciudades-colonia. Ni siquiera se había inventado Napoleón. Pero había runners. Tampoco entonces se les llamaba así. Pero ¿qué eran y por qué corrían?

Podía tratarse de una apuesta básica. Una mera competición a ver quién corre más habría sido demasiado sencilla. Eso es un juego de niños casi vinculado a nuestra prehistoria. Hay evidencias de correos chasqui en las cordilleras andinas en los tiempos colombinos. Correr midiendo los resultados es tan viejo como los Juegos Olímpicos de la Grecia Clásica. Probablemente estos ejemplos estaban teñidos de razón y de mística. Era más cercano al puro atletismo. Ser rápido, ser potente.

Pero en Francia y, quizá con más evidencia, en Gran Bretaña se sacaron las cosas de quicio. En el siglo XVIII, apostar era un deporte todavía más atractivo que conspirar contra la corona. Y la parte más tremenda, barroca y posteriormente romántica del correr se convirtió en una fiebre. Dos ejemplos.

Mientras un jovencísimo Mozart descubría Viena, hay ya un modo profesional de ganarse la vida corriendo largas distancias. En 1770 aproximadamente el inglés Foster Powell apuesta que es capaz de ir a pie de Londres a York y regresar en menos de seis días. Son más de cien kilómetros diarios. Como se puede comprobar la fiebre de correr fue paralela a los años de crecimiento loco de las ciudades.

La revolución industrial apiñaba a miles en cualquier entretenimiento urbano. Y un entretenimiento que hacía huir de la miseria cotidiana podía ser el seguimiento de las evoluciones de un tal Thomas Savager, que recorrería cuatrocientas millas (seiscientos kilómetros) desde Hereford a Ludlow en 1789. ¿Por qué correr tanta distancia? Por dinero.

¿Hacía esto populares a los corredores del siglo XVIII? ¿Llegaron a ser ricos?

Fueron de los primeros deportistas populares, puesto que aún estaba poco desarrollado el boxeo y la bicicleta. En uno de los eventos entre Powell y otro andarín llamado Andrew Smith, se congregaron (cuentan) cinco mil personas a la llegada del vencedor en Londres después de la furibunda aventura de correr más de seiscientos kilómetros en cinco días y pico.

Eran tan populares como todos los nuevos eventos de ‘sportsmen’ que generaba la ciudad moderna. Pasada la ciudad victoriana en Reino Unido y la sobria etapa borbónica para las clases bajas francesas, Londres o París se acercaban al millón de habitantes. Industriales, obreros, desocupados o gimnastas encontraban en los nuevos deportes un buen medio donde ganar o perder dinero.

Una victoria sobre una carrera de seis días podía suponer unas 40 guineas de 1780 (equivalentes a unos 2.500 euros). Para un continente que estaba a punto de pasar por la guillotina a los tiranos que le hacían morir de hambre, esas 40 guineas eran una cantidad importante. Evidentemente, la popularidad de las apuestas en el mundo del correr se disparó al siglo siguiente.

Una victoria en una carrera de cien millas podía suponer quinientos dólares en 1870. Además, muchas pruebas se celebraban en pistas de patinaje cubiertas o recintos feriales y los corredores optaban a un porcentaje de la taquilla como premio.

No había ni medicina recuperadora, ni casi comida caliente para todos los días. La pobreza y miseria de aquellas carreras-caminata hacían poco por la salud de los corredores. Hasta el siglo XIX no habría auténticos corredores-estrella que llenaban estadios y contaban con todo tipo de asistencia. Quizá otro día hablemos de ellos.

Luis Arribas | @_spanjaard | Madrid
| 29/09/2015

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